Un sábado con problemas
Por Raimundo López Medina
Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud. José Martí.
https://www.facebook.com/raimundo.lopezmedina
Roque fue quien te mandó a matar.
Alberto escuchó la afirmación de Luis en silencio, sin hacer gesto alguno, aunque un soplo de aire frío le corrió por el pecho y el estómago. “Quizás sea algo que tenga que pasar”, pensó, sin angustia o rencor. Sin embargo, miró en silencio a Luis, quien ya tenía los ojos vidriosos por las cervezas.
Estaban sentados en un expendio de comidas rápidas y bebidas de la esquina de las calles Galiano y San Rafael, en donde habían entrado para escapar del intenso calor afuera, en el tórrido calor del Caribe.
No hay que ser muy inteligente para saber que será él. Es más, es algo que debe hacer –insistió Luis.
Alberto tomó un sorbo largo directamente de la lata fría de cerveza. Después se percató que tenía el vaso plástico casi lleno y también lo bebió todo de un golpe.
Te vas a emborrachar y con eso no resuelves nada –
dijo Luis.
No quiero hablar de eso hoy –respondió Alberto-, hoy
es sábado y mañana domingo, no son buenos días para hablar de desgracias.
Pues mira, en la Empresa se ha armado tremendo
chismorreo con eso. Tú sabes como es la gente.
Alberto giró la mirada hacia Teresa, sentada a su derecha. Se había compuesto delicadamente el peinado, revuelto por el viento que entraba por la ventanilla del auto cuando venían hacia La Habana. Alberto observó, sobre el borde de la blusa, la piel de su pecho, de una tersura perfecta y un color chocolate sumamente claro y uniforme.
Más allá de los senos empinados de Teresa, en la otra mesa, había un hombre elegante y otros tres, con ropas ligeras de verano. El hombre cuidadosamente vestido, probablemente un extranjero, parecía satisfecho o indiferente a la generosidad de sus acompañantes en sus pedidos de cerveza, pizzas y perros caliente, mientras charlaban ruidosamente.
Del otro lado de las vidrieras estaban las avenidas Galiano y San Rafael, con columnas humanas que circulaban, en ambos sentidos, bajo los anchos portales y las aceras. La visibilidad hacia afuera era perfecta y la cafetería, con aire acondicionado, un oasis en medio del agobiante calor del mediodía.
Tenía frente a él las vidrieras que daban hacia San Rafael y la entrada hacia Galiano la veía con un ligero movimiento de los ojos a la izquierda. Si otra fuera su realidad, y fueran reales las preocupaciones de Luis, podría asegurar que nadie podría entrar sin que él lo viera con suficiente anticipación. Si fuera como en las películas, al menos tendría tiempo para reaccionar. “Pero –pensó- ¿qué puede hacer un hombre desarmado, si tres tipos entran, con ametralladoras escondidas en sus largos sobretodo y comienzan a disparar? Era una idea estúpida, porque cualquiera vestido así se derretiría bajo el sol afuera, ni existían pistoleros de ese tipo en Cuba. Además, no había que entender el verbo empleado por Luis en su significado literal, sino en el nuevo sentido de la jerga popular: sancionar. No obstante, era una razón para sonreír por su tonta imaginación.
¿De qué te ríes? –le preguntó Teresa, al percatarse del cambio de expresión en su rostro.
Na…, de las mierdas que piensa uno cuando se emborracha. Roque levantó la vista del informe y sostuvo el paquete de hojas con ambas manos, con los brazos apoyados sobre el buró. Luego, lo dejó caer suavemente sobre el vidrio del mueble y se reclinó hacia atrás en la silla, con una expresión preocupada en el rostro.
Sé lo que está pensando… Qué es tu amigo desde la infancia –dijo Sánchez, sentado frente a él, del otro lado del buró.
Asimiló la crudeza de la frase, sin poder evitar sentir un ligero rencor por la alusión, aunque después de todo, era cierto.
Alberto no te cae muy bien, ¿verdad? –respondió.
No es eso –dijo Sánchez-. En esta situación ya no es
importante. Uno tiene que hacer lo que debe hacer, así de sencillo.
Sí, es así –apuntó Roque, casi con desgano.
La vida los había vuelto a juntar a Alberto y Roque años después de haber tomado rumbos distintos luego de terminar sus estudios, en una separación previsible luego de compartir ilusiones, juegos de pelota, papalotes, peleas, la escuela y salidas con las primeras novias.
Pensó en todo eso mientras Sánchez aportaba detalles que, por alguna causa, no estaban en el informe y fue dejando que el sábado se le llenara de recuerdos.
¿Entonces? –preguntó de golpe Sánchez.
Aquí todo se arregla –dijo Luis, animado como Teresa,
ante la sonrisa de Alberto.
Luis levantó el brazo para llamar la atención del cantinero. El hombre elegante también le había llamado y le entregó varias monedas, con el pedido que pusiera música en el gramófono que estaba cerca de ellos. El cantinero trató sin éxito de cumplir con el pedido. “Está roto”, explicó al hombre elegante e intentó devolverle las monedas, pero el hombre, con un gestó de la mano derecha, le pidió se quedara con ellas. El cantinero guardó rápidamente el dinero en uno de los bolsillos del pantalón y se acercó a Luis.
Pon tres “lagues” más –le pidió Luis en tono alegre.
Alberto no prestó atención. Estaba observando el parquecito de la esquina de Galiano y San Rafael. Había un hombre viejo con una carreta pequeña tirada por una chiva, paseando a niños entre la gente sentada en los bancos, a la sombra de los árboles, y quienes pasaban, de prisa, cargados de paquetes. Un remolino de madres atentas seguía el carruaje y no pudo evitar un sentimiento de ternura, al evocar a su esposa y sus dos hijos. Sin embargo, recordó a Roque, cuando eran niños, en el barrio. Se trataba de imágenes viejas, que llevaba muy adentro, y trató que la memoria no se le llenara de recuerdos en un sábado como este. Finalmente, Luis seguía hablando y lo devolvió a su realidad.
¿Quién sabe? Hasta lo mejor “caes” para arriba o para el lado. A veces pasa. Al final Roque es tu amigo y sabrá como manejar eso.
Teresa hizo una expresión de incredulidad con la boca.
¡Uh! No lo creo, Con el chismorreo que hay en la empresa –casi exclamó. Hubo un silencio breve entre los tres, mientras el cantinero colocaba las latas de cerveza sobre la mesa.
Luis destapó los tres envases con presteza y los distribuyó. Teresa, entonces, se inclinó sobre la mesa para hablar solo para ellos dos.
Yo creo que si las cosas se ponen feas de verdad, hasta Roque se va del aire –susurró.
Eso es lo que yo creo –agregó en voz alta, cuando se enderezó en la silla.
Alberto la observó directo al rostro, pero ella esquivó la mirada, atenta a la respuesta de Luis.
Casi parece que te alegra –le dijo Alberto, con rudeza.
No, mi amor. Me preocupas mucho tú y por eso hay que poner los pies sobre la tierra y prepararse.
Alberto se quedó callado.
A mí –agregó ella- solo me importas tú, pues al final, Roque siempre me cayó mal, con lo “cuadra’o” que es.
Él estuvo a punto de responderle con rudeza el comentario, pero guardó nuevamente silencio, en el que intuyó un poco de complicidad.
Los comentarios de Teresa ensombrecieron el rostro de Luis.
Caballero, hay que hilar fino de verdad, porque si esto
se pone feo, los palos van a llegar hasta nosotros –dijo, apuntando a Teresa, con una mueca en la boca.
Los tres quedaron concentrados en sus pensamientos, ajenos al bullicio de la cafetería. Ninguno tocó los vasos con cerveza.
Al final, brother, yo creo que vas a tener que hablar “de
a socio” con Roque –afirmó Luis, dándole un ritmo enfático a la frase que aludía a la vieja amistad entre Alberto y Roque.
Esa era una posibilidad que Alberto había considerado desde que estalló el problema. A partir de ese momento se había percatado de un imperceptible alejamiento de Roque, pero –pensó- sólo por no haber abordado el asunto con él.
Bueno, mi amor –intervino Teresa-, realmente hay que pensar en esto. Este no es un sábado de fiesta, este es un sábado con problemas.
Alberto apoyó los codos sobre la mesa y se cubrió parte de la cara con las manos. Luego se reclinó en la silla.
Sí, tengo que pensar en algo – respondió.
Sé lo que estás pensando –repitió Sánchez, mirando al rostro de Roque.
Es cierto, confié demasiado en Alberto, por nuestra vieja amistad.
Roque se acercó nuevamente al buró, donde estaba el informe, abierto en la página cuyo encabezamiento comenzaba con la palabra Conclusiones, en letras mayúsculas y subrayadas en color negro.
Todo está claro, Roque, tenemos que tomar medidas, aunque tu mejor amigo reciba las principales sanciones.
Roque no respondió, pero hizo un gesto de afirmación a Sánchez.
Créeme, es mejor hacerlo nosotros, a que vengan gente de arriba. Puede ser peor –insistió Sánchez.
Además, tienes que estar preparado, porque Alberto vendrá a hablar contigo, ya te podrás imaginar para qué.
Brotuer, de verdad tienes que hablar con él para ver como se evita un “explote”.
Alberto escuchó la frase de Luis como si viniera de muy lejos. Estaba mirando el rostro de Teresa y, del otro lado de las vidrieras, el paso incesante de la gente.
Es normal que te atienda y trate de “tirarte un cabo”. Al final, es tu amigo.
Alberto pensó que exactamente, porque necesitaba ayuda, fue que Roque le pidió que se trasladara a la Empresa. “Hay muchos problemas y necesito a alguien de confianza como tú”, le había dicho. Y así lo hizo durante mucho tiempo de trabajo duro. Miró hacia atrás, dentro de su propia vida, hurgando donde pudieron haber cambiado las cosas. En realidad, fue sencillo, hasta humano: sacar algo del almacén para ayudar a un necesitado, hasta que apareció el dinero y él no lo rechazó. En ese momento, en medio del jolgorio de la cafetería, lo invadió la tristeza.
Papa, deja de pensar en boberías y “ponte pa esto”. Roque puede ayudarte a salir de este lío, solo tienes que darle un toque.
Alberto sintió como una angustia pesada en el pecho y extraña en aquel lugar, con un ambiente festivo similar a los que frecuentaban desde hacía varios meses.
Habla, mi amor –apeló Teresa-, tenemos que salir hoy de aquí con una idea clara de lo que vamos a hacer o decir.
Alberto vació, con un largo sorbo, el contenido de la lata de cerveza.
Mejor nos vamos –dijo sin mirarlos-, mañana hay trabajo voluntario y mejor nos acostamos temprano.
Teresa y Luis no ocultaron su fastidio ante la decisión. Teresa lo miró directo al rostro, con enojo, pero solo respondió con aire de resignación. “Es verdad, mañana si no se puede faltar”, dijo. y luego observó el rostro preocupado de Alberto.
Tranquilo, compadre, él es tu amigo, tu socio. Una charla privada y encontrarán alguna forma de salir del enredo. Al final, ya sabes, aquí todo se arregla. Era domingo y la mañana estaba clara, con esa luz límpida del verano, y había una suave brisa, cuando aún el sol no había recalentado el ambiente. Roque buscó entre la multitud de trabajadores, ruidosa y alegre, sin encontrar a Alberto.
Ha habido una respuesta tremenda de la gente –le dijo el hombre del Sindicato.
Roque le sonrió. El del Partido también asintió, con un brillo alegre en los ojos.
Tenemos que organizarnos bien, para que no se pierda el tiempo ni el esfuerzo –apuntó Sánchez.
Los cuatro estaban de pie, frente a las oficinas de la empresa, respondiendo los saludos de quienes pasaban.
Yo me voy para uno de los talleres. Ustedes repártanse por el resto –dijo Roque.
Vio, entonces, a Alberto separándose de un pequeño grupo y dirigirse hacia ellos. Cuando llegó se dio cuenta que en la familiaridad de los saludos con los demás, no hubo la fraternidad de antes. Él incluso se sintió tenso, ante la necesaria conversación con Alberto y la previsible expectación que provocara su encuentro en la gente.
¿Cómo estás, hermano? Andaba por allá abajo –dijo Alberto a manera de saludo.
Sí, te vi. Y ¿cómo está todo por la casa?
Bien, sin problemas.
Me alegra, pues hace tiempo no veo a tu gente.
Ambos guardaron silencio y luego Roque hizo un gesto de despedida, con la frase “vamos a meterle al trabajo”.
Sólo un segundo, antes quería decirte algo, ya sabes…-lo detuvo Alberto.
Sí, dale, pero no hay mucho tiempo ahora.
Tú eres mi hermano, mi mejor amigo de toda la vida y te fallé, no estuve a la altura de nuestra amistad…
El rostro de Roque cambió a una expresión grave y de tristeza en los ojos, colocó su mano en el hombro izquierdo de Alberto y solo le respondió: “Dejemos ese para otro día”.
Sólo quiero pedirte algo –agregó Alberto, también con una expresión grave en la cara-. Quiero que hagas lo correcto, más aun estando yo en el medio. Que eso no lo impida, por favor.
Tranquilo, así lo haré.
No, quiero que me lo prometas, que me des tu palabra de que así lo harás.
Roque haló hacia sí a Alberto y ambos se fundieron en un fuerte abrazo. “Hermano, sí, así lo haré”, dijo Roque. Alberto lo separó con cariño y le miró directo a los ojos. “Gracias”, le respondió. Luego lo abrazó con fuerza y le pidió: “Hazlo, hermano”. Luis le dio un golpe suave en el hombro a Teresa y le señaló hacia donde estaban Alberto y Roque. Ambos miraron con atención e incluso ella exclamó como un oooh largo de alegría cuando se abrazaron.
¿Viste? –dijo Alberto con satisfacción-. Te lo dije, aquí todo se arregla, más cuando hay amistad.
Fin.