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Martes de literatura De Aquí y de Allá Lo Que Cuentan Otros

¡MI REINO POR UN BICHO… ROJO!

Por siglos, la cochinilla mexicana era la única aceptada en los exigentes y más prestigiados talleres textiles europeos para entintar la “ropa de reyes”.

A mediados de 1520, antes de que Hernán Cortés y su pandilla bailaran jotas en la cabeza de los aztecas, el rey Carlos V escribió a este conquistador de Medellín urgiéndole información sobre un nuevo tinte de alta calidad, llamado grana cochinilla, el cual se cultivaba en abundancia por estos lares.

Bueno, si el mismísimo emperador de tan vasto reino se dignaba escribirle a súbdito aquella cosa debía valer algo. Y así era… Sin embargo, “ningún estudio se ha explicado a fondo las causas por las que esa materia prima tuvo una demanda tan notable y sostenida en Europa durante siglos”.

Así es, sabemos poco del porqué la grana cochinilla, después de la plata, fue el producto de exportación más importante de la colonia mexicana por casi 300 años, hasta ya entrada la década de 1870.

¿Qué diantres es la grana cochinilla? (los frikis sabiondos por la derecha, gracias…): se trata de un colorante natural de origen prehispánico, que se obtiene de la vieja y bien conocida cochinilla, esos animalitos que se hacen bolita y crujen retebonito cuando los aplastas. En náhuatl se les llamó nocheztli (“sangre de nopal”) y en mixteco ndukun (“insecto sangre”).

Es precisamente este bichillo (Dactylopius coccus) al que llama grana chochinilla, derivado del latín coccina (cochinilla), utilizado para referirse a los fuertes colores rojos producidos por ciertos insectos que, ya secos, se les llamaba grana (pl. de granum: “grano”).

El insecto en sí es una plaga del nopal. Las hembras poseen ácido carmínico (color rojo intenso), el cual lo usan como mecanismo de defensa contra sus peores enemigas: las hormigas. Cierto, entre mujeres te verás. El macho, como era de esperarse, es un huevonazo que sólo vive apenas una semana, en la cual se le utiliza para procrear (¡la historia de mi vida!).

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El furor por este tinte en Europa comenzó a partir del siglo XVI. La demanda puso a chambear a miles de familias indígenas, en particular de la región de Oaxaca, donde se dio más este fenómeno económico que cubrió durante siglos el 90% del mercado allá.

El largo y duro proceso para la obtención del tinte comenzaba con la necesidad de plantar y cuidar cientos de hectáreas de nopales, ya que la cochinilla se alimenta de sus hojas. El indígena mexicano era famoso por el sorprendente cuidado que ponía en la crianza de las cochinillas. Una vez recolectadas, o se dejaban morir lentamente secándose al sol, o se ponían en agua hirviendo, o se les metían en hornos de piedra. Una vez bien secotas se les extraía el tinte, con el cual se hacían unos como ladrillos, llamados zurrones, los cuales se mandaban al puerto de Veracruz para embarcarlos.

Cómo no iba a ser tan caro el mentado producto, si para lograr apenas 1kg se requerían 140,000 cochinillas, con lo que se obtenía aproximadamente 50g de tinte.

Desde la época romana los colores fuertes (púrpura o índigo) estaban asociados con las élites. En el ejército, los oficiales de rango ilustre usaban el rojo como símbolo de poder, pureza y grandeza. Por eso no fue raro que la Iglesia Católica asimilara esta costumbre, extendiéndola a las cortes. Así fue como desde la Edad Media, el color rojo carmesí-escarlata quedó reservado para el uso exclusivo de curas y gente de alto pedorraje: “La grana cochinilla se usaba como tinte en las telas más finas que usaban los papas, príncipes, nobles, militares y habitantes acaudalados de casi todas las ciudades y pueblos europeos”.

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Eso sí, el proceso de teñido (llamado quermes) era un verdadero pain in the ass, pues requería de una extraordinaria habilidad artesanal. Por eso sólo los megaricos usaban ropas de este color:

“(…) está el caso del recuento del guardarropa de Enrique VI de 1438-1439, en el que las ropas de color escarlata más baratas costaban más de catorce libras esterlinas, una suma enorme en la época, si se toma en cuenta que, si un albañil entonces ganaba 6 peniques al día, habría tenido que gastar el salario de 2 años y 9 meses para comprar solamente una de ellas (…) En 1440, por esa misma cantidad de dinero, se pudo haber comprado los siguientes artículos en el mercado de Amberes: aproximadamente 2,720 kilogramos de queso flamenco u 850 kilogramos de mantequilla o 22,000 arenques ahumados o 1,100 litros de vino del Rin de buena calidad”.

Otro motivo de la gran solicitud de este producto era su asombrosa durabilidad, sobre todo cuando era aplicado en lana o seda.

Aquí en México los ganones fueron la dupla de siempre, españoles-criollos, aunque debe decirse que lo que sea de cada quien, el régimen colonial puso en práctica gradualmente una compleja estructura de incentivos comerciales atractivos para los campesinos oaxaqueños. De esta manera, los altos precios del maravilloso bicho permitieron a la familia indígena tener ingresos fijos nada despreciables, que además complementaban con la venta de otros productos en aquellos grandes mercados regionales.

A principios del siglo XVII medio kilogramo de grana cochinilla mexicana costaba entre 4 y 6 pesos de plata. Para darse idea de esto: entre 1610 y 1620 una arroba (12 Kg) de grana costaba 60 veces más que 12kg de azúcar, producto sumamente cotizado en la época. Y

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Para el tercer tercio del siglo XVIII la producción anual alcanzó un promedio de 36,900 arrobas, que produjeron más de 2 millones de pesos de plata por año a los productores y mercaderes locales.

Sin embargo, después de la Independencia (1821), otros países, en especial Guatemala y Haití, comenzaron a cultivar la grana cochinilla con bastante éxito, dando punto final al monopolio español, cuyo aparato gubernamental y burocrático ya estaban en plena decadencia.

La estocada al cogote llegó a mediados del siglo XIX, con el golazo de los alemanes al presentar al mundo sus avances en la industria química, que fueron sustituyendo poco a poco los tintes naturales de manera sintética: ¡adiós bicho!

Dicen que el ROJO se asocia a la pasión, al sexo y al amor, pero también a sentimientos rudos, como la ira y la venganza. Si hay demasiado rojo en el ambiente nos irrita, nos pone nerviosos, aunque los restauranteros creen que este decidido color abre el apetito, por lo que más de una hamburguesería presume paredes coloradotas. Por su parte, también dicen que es el color insignia del Chamuco, aunque se me hace un poco contradictorio, porque si supone que es la majestad de la tiniebla y la noche, entonces el rojo no le sirve, porque éste pierde todo su poder en la oscuridad.

Eso sí, los autos que más se llevan mentadas de madre son los de color rojo…lo sé porque tengo uno.

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